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EL CANTICO DE LOS 3 JOVENES

Una tarde de Navidad, el gran poeta y diplomático francés Paul Claudel acude a la Catedral de Nôtre Dame de Paris, con el simple deseo de contemplar algo estéticamente bello. Apoyado en una de las columnas, oye cantar el Magnificat y, de pronto, se siente inmerso en un ámbito de luz y belleza, que le sumerge en el misterio y da, en un instante, una nueva perspectiva a su mente y a su corazón. Es el inicio de una vida de convertido.

En esta perspectiva, y a la luz del Cántico de los tres Jóvenes (Dan 3, 52-90), intentaré descifrar algo de esta experiencia de Paul Claudel y de tantos otros que, alguna vez, han escuchado un canto religioso y se han visto transportados a un lugar y a un tiempo interior en donde es posible el encuentro con Dios y con la verdad.


Los tres jóvenes cantan en medio de las llamas. Han sido condenados injustamente por el poder político y por una ley aparentemente religiosa, pero que invita a adorar a otros dioses y no al Dios verdadero. Es un cántico que brota después de la prueba, después de la fidelidad probada. No se puede ser cantante religioso sin haber pasado por el crisol... Porque no cantamos para tener éxito, ni aplausos, ni dinero, ni fama, como lo hacen los cantantes seculares. El cantante religioso canta para dar testimonio de la acción de Dios. Canta aunque sea en el horno de la injusticia. Canta para que toda la creación y todos los poderes de este mundo oigan que Dios existe, que esta vivo e interviene en la historia y más allá de ella. Los tres jóvenes cantan después de la intervención salvadora de Dios en medio de las llamas. El cantante religioso canta después de su experiencia del Dios salvador. Sin esta experiencia previa, su canto no será más que un metal que resuena o un platillo discordante.


No es casual que los tres jóvenes, a través de su canto, vayan nombrando a toda la Creación, desde los astros celestes hasta el hombre. De algún modo, al volver a nombrar la Creación el ser humano se hace dueño de ella, cumple de nuevo la vocación recibida en el Génesis: dar nombre o sentido a todo lo creado. De algún modo el que canta “nombra” lo creado y esto no es neutral. El artista nombra lo creado para darle un sentido, en Dios o sin Dios. He ahí lo que hace que un canto sea religioso o no: si es capaz de renombrar-dar sentido a la realidad desde Dios. El ser humano es un gran consumidor de música, quizá porque necesita que ésta le ayude a “renombrar”su propia vida, su propia historia. He aquí el gran desafío de la música religiosa, la de ser capaz de ayudar a las personas a “renombrar, desde Cristo” su vida, su historia, sus problemas, deseos y esperanzas.


Me parece sugerente que nuestro Cántico sea en modo litánico. Los jóvenes cantores expresan, de modo imperativo, en más de 38 veces, un anhelo insistente: que la creación bendiga al Señor. De algún modo, ordenan a cada uno de los seres que nombran: -“Tú, bendice al Señor”. Esta cadena de mandatos me ha hecho pensar mucho en la misión del canto y del cantante religioso. Implica un poder de someterlo todo a la bendición. Implica un poder de mandarle a todo que se ordene sólo a bendecir al Señor. Incluso a los animales considerados más malignos en esa época (los que habitaban en los mares)... también a ellos el cántico les ordena bendecir al Señor. ¡Que poder tiene el canto! Y no sólo porque le vemos mover millones y millones de personas y sumas de dinero cada año. Para nosotros el canto religioso tiene un poder mas grande: “el de mandar a todas las cosas que bendigan al Señor”. No debemos subestimar el canto religioso asociándolo solo con el ámbito de la estética, ya que tiene el poder de reconducir todo al verdadero orden, al orden querido y creado por Dios, al orden en donde no hay maldición, sino solo bendición. Por eso el verdadero canto religioso esta comprometido con la justicia explícita o implícitamente, ya que lleva en sus entrañas ese imperativo litánico: ¡no maldigáis!, ¡no robéis!, ¡no hagáis daño!, tan solo ¡bendecid al Señor!, criaturas todas, pequeños y grandes, ¡bendecid al Señor!


El Cántico de los tres jóvenes nos devuelve el verdadero perfil del “cantante religioso”. No es un artista en el sentido secular de la palabra, sino, ante todo, un testigo, un mártir del Dios verdadero. Es una pena que la propaganda, la farándula económica y los modelos de cantantes seculares estén contaminando el verdadero sentido del cantante y de las productoras religiosas. Los tres jóvenes nos recuerdan que la llamada de Dios a cantarle con cánticos inspirados no lleva promesa de Grammy ́s.

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